El Congreso de Brasil salva a Temer e impide que sea investigado por corrupción
https://elpais.com/internacional/2017/08/02/actualidad/1501699826_541034.html?id_externo_rsoc=FB_CC
Los mismos diputados que dieron luz verde para la salida de Dilma Rousseff del poder, mantienen a su sucesor durante al menos seis meses
Brasilia
Los mismos diputados que hace 15 meses dieron luz verde para derribar a la entonces presidenta de Brasil, Dilma Rousseff,
por maquillar las cuentas públicas han salvado este miércoles a su
sucesor, Michel Temer, de una denuncia de la fiscalía por presunto cobro
de sobornos. La alianza de centro-derecha que en abril de 2016 acabó
con 13 años de gobierno del izquierdista Partido de los Trabajadores
logró los apoyos necesarios para impedir que el presidente sea
procesado y apartado del cargo durante al menos seis meses. En una
tumultuosa sesión de la Cámara de Diputados, Temer ha conseguido 263
votos, más que los 172 necesarios, para detener la acción judicial.
El
presidente brasileño y sus aliados desplegaron hasta el último momento
todas las armas para frenar posibles deserciones y garantizar la
continuidad del Gobierno. Pocos como Temer conocen las mañas para captar voluntades en la política brasileña.
Por algo presidió la Cámara en tres ocasiones y ha ejercido como uno de
los hombres fuertes del Partido del Movimiento Democrático Brasileño
(PMDB), especialista en pactar con Dios y luego con el diablo, capaz de
ejercer durante años de muleta del PT y convertirse en su verdugo de
repente.
Los esfuerzos de Temer se prolongaron hasta pocas horas antes de la votación: desde el reparto de prebendas e inversiones a diputados individualmente hasta reuniones con el nutrido lobby parlamentario de los latifundistas. El Gobierno –en una maniobra no tan infrecuente en Brasil- llegó a cesar de sus cargos provisionalmente a diez ministros para que pudiesen recuperar sus escaños en la Cámara y participar en la votación. Y en el aire nunca dejó de flotar la situación de decenas de diputados, que viven con la amenaza de acabar algún día en la cárcel también por prácticas corruptas. Lo que no impidió que representantes de partidos igualmente implicados en los escándalos se atacasen mutuamente con términos como “ladrones” o “banda de delincuentes”. El presidente sufrió algunas deserciones, como la de uno de los principales socios del Gobierno, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que recomendó a sus diputados –aunque sin carácter obligatorio- que votasen a favor de tramitar la denuncia. Pero Temer logró sortear todos los obstáculos.
Si la imagen de los políticos en Brasil está bajo mínimos, el debate no contribuyó mucho a mejorarla. Un día entero de bizantinas discusiones de procedimiento, trucos obstruccionistas y episodios grotescos. Ninguno como el protagonizado por el diputado Wladimir Costa (SD-PR), que saltó a la fama estos días tras tatuarse en un brazo el nombre de Temer. Costa esgrimió un muñeco con la figura del expresidente Lula vestido de presidiario y casi llegó a las manos con algunos miembros de la oposición.
Los diputados de la izquierda recorrieron los pasillos de la Cámara en manifestación, entraron a la sesión entre gritos y pancartas de “Fora Temer” y tiraron al suelo una maleta con billetes falsos. Diputados afines al Gobierno devolvieron las acusaciones, como Mauro Pereira, del PMDB, quien se dirigió al juez Sérgio Moro, impulsor de las investigaciones anticorrupción, para reclamar: “Meta en la cárcel a Lula!. Es el jefe de una banda de delincuentes”. Los diputados habían llegado proclamando que iba a ser una “sesión histórica” pero el ambiente no tuvo nada de solemne. Mientras el abogado de Temer defendía la inocencia del presidente —llegó a calificarlo de “persona inmaculada, a prueba de cualquier crítica”— los parlamentarios se entretenían hablando en corrillos o grabando mensajes en sus móviles para transmitir por las redes sociales.
Hace 15 meses, cuando se debatía el impeachment de Rousseff, miles de personas protestaban en la inmensa explanada frente al edificio del Congreso. Pese a que los índices de rechazo a Temer alcanzan récords históricos, esta vez había un solo manifestante, un hombre que hace tiempo que recorre el país imitando la figura de Cristo en la cruz. La falta de respuesta en la calle allanó el camino de los aliados de Temer. La bandera del patriotismo les sirvió el año pasado para derribar a Rousseff y les ha vuelto a servir ahora contra las evidencias halladas por el fiscal general y la policía de que el presidente, a través de un intermediario, pactó el cobro de sobornos con uno de los hombres más ricos del país. La caída de Temer, alegaron uno tras otro sus defensores, comprometería la recuperación económica en ciernes y el programa de reformas liberales, además de hundir aún más al país en la inestabilidad política. “Brasil está por encima de todo”, repitieron. Y esos argumentos lograron apagar los ruegos de diputados como el pernambucano Silvio Costa: “No os dais cuenta de que estamos oficializando la corrupción?”.
Los esfuerzos de Temer se prolongaron hasta pocas horas antes de la votación: desde el reparto de prebendas e inversiones a diputados individualmente hasta reuniones con el nutrido lobby parlamentario de los latifundistas. El Gobierno –en una maniobra no tan infrecuente en Brasil- llegó a cesar de sus cargos provisionalmente a diez ministros para que pudiesen recuperar sus escaños en la Cámara y participar en la votación. Y en el aire nunca dejó de flotar la situación de decenas de diputados, que viven con la amenaza de acabar algún día en la cárcel también por prácticas corruptas. Lo que no impidió que representantes de partidos igualmente implicados en los escándalos se atacasen mutuamente con términos como “ladrones” o “banda de delincuentes”. El presidente sufrió algunas deserciones, como la de uno de los principales socios del Gobierno, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), que recomendó a sus diputados –aunque sin carácter obligatorio- que votasen a favor de tramitar la denuncia. Pero Temer logró sortear todos los obstáculos.
Si la imagen de los políticos en Brasil está bajo mínimos, el debate no contribuyó mucho a mejorarla. Un día entero de bizantinas discusiones de procedimiento, trucos obstruccionistas y episodios grotescos. Ninguno como el protagonizado por el diputado Wladimir Costa (SD-PR), que saltó a la fama estos días tras tatuarse en un brazo el nombre de Temer. Costa esgrimió un muñeco con la figura del expresidente Lula vestido de presidiario y casi llegó a las manos con algunos miembros de la oposición.
Los diputados de la izquierda recorrieron los pasillos de la Cámara en manifestación, entraron a la sesión entre gritos y pancartas de “Fora Temer” y tiraron al suelo una maleta con billetes falsos. Diputados afines al Gobierno devolvieron las acusaciones, como Mauro Pereira, del PMDB, quien se dirigió al juez Sérgio Moro, impulsor de las investigaciones anticorrupción, para reclamar: “Meta en la cárcel a Lula!. Es el jefe de una banda de delincuentes”. Los diputados habían llegado proclamando que iba a ser una “sesión histórica” pero el ambiente no tuvo nada de solemne. Mientras el abogado de Temer defendía la inocencia del presidente —llegó a calificarlo de “persona inmaculada, a prueba de cualquier crítica”— los parlamentarios se entretenían hablando en corrillos o grabando mensajes en sus móviles para transmitir por las redes sociales.
Hace 15 meses, cuando se debatía el impeachment de Rousseff, miles de personas protestaban en la inmensa explanada frente al edificio del Congreso. Pese a que los índices de rechazo a Temer alcanzan récords históricos, esta vez había un solo manifestante, un hombre que hace tiempo que recorre el país imitando la figura de Cristo en la cruz. La falta de respuesta en la calle allanó el camino de los aliados de Temer. La bandera del patriotismo les sirvió el año pasado para derribar a Rousseff y les ha vuelto a servir ahora contra las evidencias halladas por el fiscal general y la policía de que el presidente, a través de un intermediario, pactó el cobro de sobornos con uno de los hombres más ricos del país. La caída de Temer, alegaron uno tras otro sus defensores, comprometería la recuperación económica en ciernes y el programa de reformas liberales, además de hundir aún más al país en la inestabilidad política. “Brasil está por encima de todo”, repitieron. Y esos argumentos lograron apagar los ruegos de diputados como el pernambucano Silvio Costa: “No os dais cuenta de que estamos oficializando la corrupción?”.
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